Partiendo de una narrativa diáfana y precisa, estos relatos escogidos de Miguel Yarull oscilan entre la esperanza y el desamparo, hurgando en la desesperación que esconde lo cotidiano, donde se apuesta por el desenfado que la literatura  latinoamericana necesita. 
 
Al principio había una casa. La casa era blanca, limpia, vacía. Pensamos que había que llenarla. 
 
Nadie puede vivir en una casa vacía.
 
Entonces entramos cosas. Compramos cosas. Aparecieron cosas. Regalaron cosas. Trajimos cosas. Parimos, encontramos, alquilamos y recogimos cosas. Le dimos historia y significado a las cosas. Las volvimos importantes, imprescindibles, irremplazables. Ocuparon espacios inamovibles, impenetrables, imperturbables. 
 
Hoy las cosas nos han acorralado, como los fantasmas del argentino, a un pequeño rincón de la casa que una vez fue blanca y limpia y vacía.
 
Hoy la casa blanca es un campo minado de cosas. 
 
Para eso hemos trabajado.