Mala suerte de mi vida sigue su recorrido.
Mala suerte de mi vidade Z. Ferro
Mala suerte de mi vida. Z. Ferro. Miami: La Pereza Ediciones. 154 páginas.
Si nos detenemos un instante a examinar el conjunto de métodos adivinatorios y rituales supersticiosos que se han desarrollado a lo largo de la historia –amuletos, horóscopos, miedo a gatos negros, bolas de cristal, esquivar escaleras, numerología, recolectar tréboles de cuatro hojas, quiromancia– queda claro que uno de nuestros mayores miedos es la falta control ante las circunstancias adversas que nos puede arrojar el futuro. Pero ¿qué ocurre cuando hay un patrón, positivo o negativo, en las circunstancias que nos sobrevienen que se repite una y otra vez durante buena parte de nuestras vidas? ¿Se trata de eventos fortuitos, en apariencia similares, pero que no tienen ninguna relación entre sí o existe la suerte? Esta parece ser la pregunta central que explora Mala suerte de mi vida (La Pereza Ediciones, 2017), la primera y excelente novela de Z. Ferro (Cuba, 1983).
La novela está armada en 28 capítulos breves, dinámicos, y narra en tercera persona y con un lenguaje bastante original la historia de la China, una mujer cubana de mediana edad –hija de un inmigrante chino y una mulata–, que se muda con su esposo a Estados Unidos en busca de una vida más próspera. Después de varios años en Estados Unidos, su hijo se muere en un accidente de coche. Cuando la novela empieza, el matrimonio entre la China y su marido está en una fase terminal y, en parte por la falta de recursos emocionales para enfrentarse a la muerte de un hijo, y en parte, también, por el desgaste propio de los años de convivencia, él la deja. Este episodio inicial empujará a la China hacia un espacio donde solo es posible reiniciar, una vez más, su vida. Sola, en un país extraño, sin nada a lo que asirse y sin nada más que recuerdos como pertenencias, la China realizará un viaje interior en busca de la supervivencia. Y a la par que se pone en marcha su travesía emocional, se narran los diversos episodios que configuraron su pasado, una serie de situaciones que la llevaron de vivir una vida bastante afortunada en Cuba hasta mudarse a La Pequeña Habana en Miami y terminar finalmente sola trabajando como empleada doméstica. Por más que a simple vista la trama pueda sugerir lo contrario, en ningún caso la China se deja abatir por las circunstancias adversas que, como si se tratara de trampas premeditadas por alguna fuerza enemiga, le va imponiendo la fortuna. Hay en el personaje, muy bien construido, por cierto, una especie vitalidad inquebrantable, casi de heroísmo involuntario en la manera en que le opone resistencia a las desgracias que persisten en venírsele encima. Es verdad que al principio acude a la ayuda de fármacos, de amigos, de recuerdos de su vida pasada, pero a medida que la novela avanza, si la China se mantiene a flote es a causa de su voluntad de vivir. Me atrevería a afirmar que, quizá de manera inconsciente, la China adopta una postura de desafío ante la vida, una suerte de determinación para resolver cualquier problema que se le pone delante: “Era una mujer de lucha, de día a día, de estar y compartir, y construir vida y vivirla.”
Quizá sea esa visión de la vida como un fenómeno en perpetua construcción, como una lucha incesante, lo que le permite hacer frente a cualquier fatalidad. En algunos aspectos, Mala suerte de mi vida es una novela acerca de la posibilidad de transformarse con cada nuevo golpe que nos asesta la fortuna. Esta idea de la transformación individual se apoya en otro tema que atraviesa toda la novela: la condición del inmigrante en Estados Unidos. Casi todos los personajes que gravitan alrededor de la China son inmigrantes. En el acto de migrar se manifiesta una voluntad por empezar de nuevo, por transformarse, por encontrar un lugar habitable en circunstancias adversas, y la pregunta alrededor de la suerte cobra mayor trascendencia.
Buena parte de la novela se ocupa de la vida de la China como empleada doméstica. Una vez que se divorcia de su marido y termina siendo desahuciada de su apartamento en La Pequeña Habana por falta de dinero, ella consigue trabajo en la casa de una familia afluente. A partir de entonces, la trama se va tejiendo alrededor de sus relaciones con los distintos miembros de la familia. Especialmente, se trata su relación con el novio de la hija de la familia, a quien la China protege porque le despierta asociaciones con su hijo muerto. En esta sección del libro, me parece, aparecen imágenes de cómo podría haber sido su vida si las cosas hubieran transcurrido de otro modo, si la balanza de la suerte se hubiese inclinado hacia su lado. Pero no parece haber envidia en la mirada de La China, sino abnegación, una convicción, tal vez, de que lo más importante es obrar bien en el mundo y seguir adelante, por más que sus actos, al final de la novela, terminen siendo incomprendidos.
Mala suerte de mi vida es un retrato lúcido y muy bien estructurado sobre cómo se recompone una vida rota y sobre el tipo de vida que llevan muchas mujeres inmigrantes en Miami: pese a su vulnerabilidad, pese a la adversidad de las circunstancias, se sobreponen. Si la suerte acompaña o no, al fin y al cabo, pasa a un segundo plano: lo importante es seguir adelante.
Laury Leite
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Laury Leite