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Miriam


En los páramos donde alguna vez florecieron Babilonia, Nínive y Nipur, los arqueólogos han desenterrado tablillas de barro cocidas por el sol de aquel tiempo. Inscripciones que los eruditos han traducido resultando en muchos casos ser juramentos y cartas de amor...

Yo quería decirte, Miriam, que el nombre de esta ciudad, es sangriento, que ninguna ha tenido un nombre más perverso. Es posible, cuando hayan pasado cien o hasta un número incontable de años, de esto que hoy ves no quede otra cosa que algunas estatuas, escombros, ratas que se adaptarán a la destrucción y comerán arena. Pero esta noche es bella y pasa mucha gente. Déjalos continuar su camino. Esos rostros nunca se volverán a este animal extraño que corre y llama por sus nombres a los desconocidos. Tú también partirás y no veré ya más tus ojos de asustada bestezuela. Quien piensa en el futuro no está muerto. Cuando hayan transcurrido mil o un millón de años, es posible que vuelvas y es posible también sólo encuentres esa niebla misteriosa y azul que sube todas las madrugadas desde el mar y cubre las casas y los toros. Busca bien y no olvides que tú fuiste mi río, mi río amado al que me lanzaba desnudo sin importarme la vida ni la muerte. Busca bajo los antiguos ladrillos, en las hojas de hierba, entre las escamas de los reptiles, que en algún lugar yo habré dejado para ti, para tí sola, una carta de amor...




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