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Empieza a leer "Rugen las flores" (Premio de Novela Boris Vian) de Jose Acevedo

CAPÍTULO I



CÁDIZ


Una tarde cualquiera de un mes de junio volví a Cádiz. Alguien me estaba esperando, posiblemente Carlos, para contarme algo que no recuerdo.

La fotografía de la ciudad había cambiado por completo de la que yo recordaba. Contemplar su imagen desde lo alto del puente de la Constitución dejaba una instantánea diferente: tras la bahía, sus construcciones; más allá, el mar; al fondo, la línea del horizonte mezclando tonalidades con el sol que, aquel día, brillaba y calentaba con travesura una ciudad que nunca envejecía y que se preparaba para el verano.

La soledad del asfalto, como si hubiera estado hecho para detener el vehículo, descender e inmortalizar la estampa, como la cima de un mirador de montaña, parecía impropia de un acceso de ciudad, más aún teniendo en cuenta la estructura física de Cádiz. Pero estaba vacío y el coche prosiguió su curso, y descendió hacia una rotonda invadida por guardias civiles y policías. La avenida de las Cortes de Cádiz también ofrecía un panorama desolador, a punto de cambiar porque, en el sentido contrario se acercaba la comitiva oficial del rey de España. Un banderín carmesí lo anunciaba sin apenas hacer ruido, casi anónimo. Me movía la curiosidad por aquella ciudad que tantos recuerdos me traía de la infancia. Continué por los astilleros, la aduana, bordeando el puerto para llegar a la Plaza de España, las Murallas de San Carlos, la Alameda Apodaca, el Baluarte de la Candelaria, el Parque Genovés, la Caleta, los Campos del Sur. Buscaba un espacio cubierto para olvidarme del coche, y surgir de las profundidades de la tierra; volver a ser persona, que anda, con parsimonia, siguiendo el ansia de beber los olores del mar, palpar los colores del paisaje, admirar el regusto de las callejuelas y plazas del centro con memorias de La Habana. Recordar aquellos sabores siempre primaverales, los de época de carnaval, o los de la procesión de la Virgen del Rosario. Como escribió Théophile Gautier: “No existe en la paleta del pintor ni en la pluma del literato colores bastante luminosos para dar la impresión brillante que nos produjo Cádiz aquella mañana gloriosa".



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