YO, EMPERADOR
Empieza a leer "Yo, emperador" de Alejandro Lámbarry
César
Estudiaste la licenciatura en Letras Clásicas pero al salir de la universidad compras un vestido con escote, te arreglas el cabello y vas a Globo a pedir trabajo en un programa deportivo. ¿Por qué?, te preguntan tus padres.
–Si sabes latín, mija.
Les respondes que te han inspirado las Olimpiadas.
¡Mentira! Tus padres lo saben, tus amigos, tus compañeros de escuela.
Cuando niña organizaste una fiesta en tu casa para ver el partido de Brasil contra Holanda del Mundial del 74 en Alemania. Fueron todos tus amigos de la escuela y del barrio, tomaron refrescos, comieron dulces y, al final, con la derrota de Brasil te quedaste muda, impávida, paralizada, catatónica. Corriste a tu cuarto, azotaste la puerta, le pusiste llave y te echaste a llorar en la cama apretando la almohada. Te regañaron por dejar a tus amigos solos en la sala. Uno de ellos te habló desde afuera de tu cuarto: Judith, Judith, vamos a jugar futbol, tú eres Brasil. Tu padre, frustrado por el resultado del partido y enfurecido por tener además que cuidar chamacos, dio de golpes a la puerta. No hubo poder humano que te sacara de ahí. La tristeza era intolerable.
–Show de las siete de la noche, con Bezerra y Coutinho –te dice el director deportivo de Globo al evaluar tu escote.
Inicias así tu vida profesional. Te mudas a tu propio departamento, compras un escritorio y una televisión para ver los partidos. Sobre todo inviertes en vestidos y maquillaje. No eres ninguna pendeja.
–Una belleza que nos alegra el día –dice Bezerra al darte la bienvenida.
–Buenos días, Bezerra. Dinos, por favor, si Rivelino se queda o no en la Selección.
Y Bezerra se lanza a una discusión con su compañero Coutinho. Revisan la situación desde todos los ángulos posibles: la personalidad del héroe, las moiras, los oráculos, el entrenador, la fortaleza de sus piernas, su equipo, su destino. Para concluir con una frase estelar:
–Rivelino es un artista, no cabe duda, pero a veces los artistas se cortan las orejas.
Tu sueño hecho realidad: escuchar hablar de las posibilidades de clasificación de los equipos, los pronósticos, las estadísticas, el análisis de cada resultado, los mejores jugadores, su legado, las contrataciones estelares, la permanencia de los jugadores en los equipos... Sobre el futuro de Sócrates en Botafogo, Bezerra advierte:
–Una vez me dijo mi padre que en la vida no estarás presente en el noventa por ciento de las decisiones que se tomen sobre tu destino. Así que siempre deja una buena imagen. No estoy seguro de que Botafogo esté contento con la imagen de Sócrates.
Coutinho es más polémico, vivaz, irreverente. En una ocasión invitaron a Jonas da Nobrega, general de la marina y gran fanático del Flamengo:
–Dígame, general, ¿tiene el Flamengo un buen entrenador o no?
–Creo que podríamos tener uno mejor.
–¿Sí o no? ¿Es buen entrenador o no lo es?
–Es promedio.
–Me está diciendo que apoya a un equipo que tiene un entrenador promedio.
–Yo soy fan de muchos años.
–Ya veo, usted es uno de esos fanáticos a los que les importa un carajo la calidad del equipo, con tal de que sea su equipo.
La dictadura había terminado, pero ¡qué huevos los de Coutinho!
Planteas las preguntas del programa, das un breve resumen sobre el resultado de los partidos, asientes a todo lo que dicen los comentaristas y cuando hay un desacuerdo acudes al tiempo, que todo lo resolverá. Al inicio del programa, Bezerra y Coutinho te saludan:
–Judith, veo que traes los colores de la primavera en ese vestido.
–Una bella sonrisa para pasarnos el trago amargo de esta derrota, Judith.
–Si te puedes levantar, Judith, y mostrarle al público que no miento.
Discuten sobre el legado de Pelé. Coutinho lo declara el mejor jugador de la historia. Tres campeonatos mundiales; nadie antes lo ha hecho. Bezerra argumenta que habría que tomar en cuenta el contexto. Pelé en otro equipo no habría sido el mismo. No lo descalifica, pero le habría gustado verlo en Chile sin Lobo Zagallo ni Garrincha. Hay un silencio. Los dos te miran. Crees que esperan tu opinión e intervienes por primera vez:
–El futbol es un deporte en equipo. Es imposible evaluar a un jugador en solitario. Hay que entender a Pelé en relación con los demás. ¿O no?
Coutinho se ríe. Bezerra acepta el argumento como si fuera categórico, irrefutable, la mismísima teoría de la gravedad. Cuando termina el programa, te acercas a ellos como si pudieran salir de ahí a comer y a beber juntos. Pendeja. Estás a unos pasos de distancia y escuchas a Bezerra que le dice a Coutinho sin voltear a verte:
–No voy a permitir que una pinche vieja me corrija.
Al día siguiente te llaman de la Dirección. ¿Todo bien? ¿Estás cómoda con la emisión? Quizá es un desafío muy fuerte. ¿Te interesaría quizá otro programa? ¿Cultura?
Respondes que te sientes perfectamente bien y que harás todo lo posible por mejorar. En ocasiones olvidas tu lugar en el programa. Y al día siguiente:
–Judith, como siempre tan bella. ¿Qué nos tienes para el día de hoy?
Las primeras Olimpiadas se dieron en el mismo siglo en el que Grecia adoptó el alfabeto fenicio. Sus rancherías se convirtieron en ciudades, sus estatuas en representaciones antropomórficas y la Ilíada pasó de ser un canto rimado al estilo de un corrido a un texto canónico impreso en piedra, barro y papiro. Eso para ti no es ninguna coincidencia. Se trata del pasaje del caos al orden, de la guerra a la competencia reglamentada, de la masturbación al sexo, a la orgía.
En ese año, el 82, se celebra el Mundial de Futbol. Han pasado dos años desde tu ingreso a la televisión y estás lista para el viaje iniciático, tu bautizo en las aguas internacionales del deporte más popular y re- conocido del planeta, en el que Brasil, tu país, puede terminar, como siempre, campeón.
Escuchas el rumor de una reunión con el director de la sección deportiva, Joao Mendel. Cada día que pasas frente a su oficina echas un ojo, saludas a Linda, le llevas chocolates. ¿Nada nuevo? Pasa casi un mes, hasta que Linda te dice:
–Hay reunión. –¿Cuándo?
–Ahora.
No te invitaron.
En la reunión están Bezerra y Coutinho, acompañados de la nueva generación de comentaristas: Costa y Almeida. Están además el exfutbolista Tostao y Silvana, la encargada de la sección de Cultura de Globo. Quedas fuera. Es posible, sin embargo, que alguien adentro luche en tu nombre. Cruzas los dedos. ¡Hágase tu voluntad!
Es muy posible que Brasil termine campeón. En el Mundial pasado, celebrado en Argentina, terminaron terceros.
–Echaremos la casa por la ventana –dice Joao.
Coutinho propone una mesa con los cinco co- mentaristas ahí presentes en tiempo estelar.
–¿Quién manda? –pregunta Costa.
–Bezerra –aclara de inmediato Joao.
Reportajes, entrevistas y comentarios de los partidos en vivo.
–¿Eso se puede hacer? –pregunta Tostao.
–Para este Mundial se puede todo.
–¿Quién sigue a la Selección? –pregunta Coutinho.
–Tendremos un grupo en Sevilla, otro en Madrid y otro en Barcelona. Todo cubierto hasta la final. Los cabrones no podrán ir al baño sin que nosotros lo sepamos.
Los comentaristas estiran las piernas y se miran entre sí satisfechos. Silvana aprovecha el silencio y pregunta:
–¿Y yo qué hago aquí?
El Mundial será en Europa. Se les ha ocurrido acompañar el deporte con una sección especial de arte y cultura, algo sobre el color local del país anfitrión, España.
–Quieren entretener a las señoras –dice Silvana. –Así es.
Se trata de la plataforma televisiva más vista del país. No habrá brasileño ni televisora que no sepa quién es ella.
–De acuerdo.
–¿Judith? –pregunta finalmente Coutinho. –Ustedes deciden –responde el director. –Preferiría que esta fuera una mesa de especia-
listas sentencia Bezerra.
Y quedas fuera. Un solo comentario en el programa te costó el Mundial.
–Hijo de puta –le dices a Bahía, enojada, triste, frustrada, peda.
Él quiere simpatizar con tu sufrir, pero él sí irá al Mundial, así que mejor se calla y te escucha. Bahía es un tipo alto, fuerte, alguien que te ve a diario detrás de la lente de su cámara. Conoce tus medidas a la perfección, sabe hasta dónde bajar la lente para que aquello que se ve sea apto para el público familiar.
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